El espacio urbano como contexto destaca el desacuerdo sobre los datos mismos de los objetos y espectadores inmersos en la situación estética, y genera cuestionamientos sobre las maneras de su inclusión. Mientras que las obras realizadas en los espacios dedicados propiamente al arte, como las galerías, centros culturales, etc; subrayan cómo los sujetos somos capaces de argumentar fracturas o diferencias de sensibilidades, evidenciando otros modos del desacuerdo, que subrayan jerarquías entre la información y opinión que se comparte y la que es exclusiva y excluyente…
La relación entre lo estético y lo político en los espacios urbanos se manifiesta al dar visibilidad al desacuerdo, no solo en el sentido del conflicto de intereses y aspiraciones que puedan existir entre diferentes grupos sociales, hegemónicos y subalternos, sino también como diferencias de sensibilidad.
En este sentido me ha interesado el cruce entre producciones culturales animadas por objetivos diferentes, donde la relación entre distintos resultados surge como respuesta ante la superposición de los usos económicos, políticos, mediáticos, turísticos y estéticos simultáneamente, dirigiendo la atención de los públicos y
constituyendo nuevas formas del patrimonio social; y donde los que están detrás no son directamente artistas, sino arquitectos que modernizan las ciudades, creativos publicitarios, diseñadores de propaganda política, y en general trabajadores del sistema que suelen ser vistos como reproductores del sentido común y de las estrategias dominantes.
En estos espacios la experiencia puramente estética busca más allá de rediseñar los sitios comunes, que los espectadores vuelquen su percepción hacia algo distinto de la dominación. Fue así como en 2009 comencé a realizar una serie de intervenciones tituladas: “OBRAS SIN SISTEMA”, que funcionaban como parte de estas expresiones cruzadas, utilizando los espacios orientados a colocar publicidad, dedicados al consumo específico de la imagen.