El espacio urbano como contexto destaca el desacuerdo sobre los datos mismos de los objetos y espectadores inmersos en la situación estética, y genera cuestionamientos sobre las maneras de su inclusión. Mientras que las obras realizadas en los espacios dedicados propiamente al arte, como las galerías, centros culturales, etc; subrayan cómo los sujetos somos capaces de argumentar fracturas o diferencias de sensibilidades, evidenciando otros modos del desacuerdo, que subrayan jerarquías entre la información y opinión que se comparte y la que es exclusiva y excluyente…
La relación entre lo estético y lo político en los espacios urbanos se manifiesta al dar visibilidad al desacuerdo, no solo en el sentido del conflicto de intereses y aspiraciones que puedan existir entre diferentes grupos sociales, hegemónicos y subalternos, sino también como diferencias de sensibilidad.
En este sentido me ha interesado el cruce entre producciones culturales animadas por objetivos diferentes, donde la relación entre distintos resultados surge como respuesta ante la superposición de los usos económicos, políticos, mediáticos, turísticos y estéticos simultáneamente, dirigiendo la atención de los públicos y
constituyendo nuevas formas del patrimonio social; y donde los que están detrás no son directamente artistas, sino arquitectos que modernizan las ciudades, creativos publicitarios, diseñadores de propaganda política, y en general trabajadores del sistema que suelen ser vistos como reproductores del sentido común y de las estrategias dominantes.
En estos espacios la experiencia puramente estética busca más allá de rediseñar los sitios comunes, que los espectadores vuelquen su percepción hacia algo distinto de la dominación. Fue así como en 2009 comencé a realizar una serie de intervenciones tituladas: “OBRAS SIN SISTEMA”, que funcionaban como parte de estas expresiones cruzadas, utilizando los espacios orientados a colocar publicidad, dedicados al consumo específico de la imagen.
Partiendo de las formas de estilización de la divulgación de la imagen publicitaria en el mundo capitalista, realicé impresiones en papel de una serie de fotos a unos collages que había elaborado en el 2006 estando en Cuba, en los cuales combinaba recortes de un libro de anatomía humana -(fragmentos del cuerpo humano diseccionado con el fin de estudiar su funcionamiento)-, que combinaba con pintura, vaciados en látex y otros objetos tomados de la realidad. En aquel momento experimentaba incorporando manojos de yerba, trozos de mi propio cabello, y en realidad cualquier otro elemento ligero, que sin quedar demasiado exento de la cartulina que usaba como soporte, me sirviera para completar una idea.
Aquellos trabajos recurrían en cuestionamientos fundamentales relacionados con el cuerpo como instrumento de mediación de la sensibilidad, o sea del cuerpo como herramienta que condiciona la percepción y representación de la realidad.
De la mayor parte de esa serie de obras solo me quedaba la documentación fotográfica, y pasados algunos años, y después de vivir y trabajar en otros países, con sistemas político-económicos y culturas diversos, me resultaba interesante reproducir o reinterpretar las mismas ideas, -(que habían sido generadas bajo los influjos del sistema socialista cubano)-, para ponerlas a dialogar en otros contextosdonde la propensión al consumo y la proliferación de la imagen publicitaria, insensibilizaban ante cualquier posibilidad de reflexionar sobre la imagen más allá de su funcionamiento como auténticas herramientas de la maquinaria capitalista.
Finalmente imprimí y coloqué en diferentes espacios de la ciudad, una selección de fotografías a modo de site specific, partiendo justamente de las fotografías ampliadas de algunos de estos collages; que instalé en diferentes sitios de la ciudad sin contar con autorización del Ayuntamiento ni de las empresas organizadoras de las campañas publicitarias que ocupaban estos soportes; pues justamente me proponía tachar ciertas imágenes de difusión de grandes multinacionales como Mc´Donalds, con otros contenidos que generaran una sacudida sensorial, ante el vértigo de tantos elementos fusionados para condicionar la conducta y los comportamientos.
Me interesaba cuestionar el lugar del arte como forma de circulación de un contenido puramente estético, a través de los espacios dedicados a la publicidad que sin duda sustentan grandes estructuras de poder sobre lo social, y en este sentido mostrarlo con la apariencia de mercancía, aunque a diferencia de la publicidad, las imágenes no remitían a nada más que a sí mismas, no eran el vínculo para consumir otro producto, sino un fin en sí mismas.
Me motivaba acentuar la fuerza de la imagen fuera de los contextos convencionales de su consumo como obra de arte, o sea, mostrarlas bajo la apariencia de mercancía que no correspondiese directamente con una mercancía. Y en este sentido desarrollar una idea de lo efímero a partir de los espacios diseñados para ser cambiantes, dentro de lo que se comprende desde el sector social como nuevas configuraciones del patrimonio que constituyen formas de dominación establecidas.
Por otra parte el hecho de insertarlas entre otros elementos de la vida cotidiana y otras lógicas que por razones diversas contrastaban con la indeterminación de funciones concretas de las imágenes, teniendo en cuenta su homogeneización con a apariencia de la publicidad, pero sin objetivo exacto, auspiciaba sus propias formas de habitar en el mundo y la posibilidad de no reducirse a circular en lugar y de un modo específico.
Posteriormente surgió la necesidad de involucrar y plasmar los procesos de las obras como parte de las obras mismas, generando unas estructuras propiamente para la colocación de las imágenes, que tomaron como referente la estética de estos soportes publicitarios. Es así como surgieron proyectos como Irreversible, El despliegue anónimo del odio, entre otras.